“…después de haberle arrancado los ojos, agarré el jarro que estaba al alcance de mi mano en la mesita y le golpeé la cabeza a la Srita. Lancelin…”
[Christine Papin, junio de 1933].
Cuando discutimos sobre algún tema en particular se requiere implicar necesariamente una definición que nos permita involucrarnos con el tema en cuestión, de ahí que, para el presente artículo me vea rotundamente a precisar el concepto de criminología. Esta se define (según un texto publicado por una psiquiatra en el año 2006 por la editorial trillas) como: “el estudio de la delincuencia, sus causas, explicaciones, motivos, circunstancias personales, ambientales, etc., y todo aquello que ha podido influir en el comportamiento criminal o que ha tenido relación con la conducta delictiva o sus repercusiones sociales. También forma parte de esta definición lo relacionado con el estudio de la prevención, legislación, procedimiento penal, sanciones y otros métodos de tratamiento (Mendoza, 2006)”. Ahora bien, Sigmund Freud como encargado de buscar respuestas a muchas problemáticas relacionadas con los sujetos neuróticos, tuvo el acierto de ilustrarnos en el año de 1916 en un artículo llamado ‘los que delinquen por conciencia de culpa’; que el sujeto criminal (fr. criminel) sufre de un penoso sentimiento de culpabilidad de origen desconocido; ya que una vez cometido el acto criminal, ese sentimiento albergado y que hasta cierto punto le produce una angustia muy severa, mitigue la presión que lo lleva realizar el acto en sí. Dicho de otra manera, el criminal comete su trastada gracias a un sentimiento de culpa cuya existencia se encuentra anterior al delito. Lo antes mensionado nos competirá exclusivamente para el hecho de un crimen (fr. crime) de acto homicida. Como se observa, Freud intenta dar una explicación más basta sobre lo referente a los procesos mentales de los criminales estableciendo así, el complejo edípico o mejor dicho de castración, donde el hijo quisiera matar al padre por que desea a la madre, pero como es sabido, estas teorizaciones tendrán su culminación en los escritos lacanianos. Por tal motivo, remontémonos al año de 1950, donde J. Lacan (para entonces ya famoso y aclamado psiquiatra-psicoanalista francés) estableciera en la XIII conferencia de psicoanalistas de la lengua francesa una introducción teórica sobre las funciones psicoanalíticas en criminología. En dicha conferencia, establece que la verdad del crimen (acto homicida) se puede observar desde dos vías distintas en relación a su estudio y comprensión. La primera entonces tendrá que clarificarse desde el aspecto policiaco (jurídico) y la segunda aportará un argumento antropológico del sujeto. Con respecto al primer camino, lo entenderemos gracias al estudio de una penología que establecerá muy en claro la parte jurídico-penal de cada uno de los códigos usados en las diferentes partes del país y del mundo. Como ejemplo de ello, vasta con involucrarnos con el CPF para saber todo lo relacionado con el homicidio [Cap. II del Código Penal Federal de México Arts. 302-309]. La interrogante ahora sería ¿es indispensable esta única vía para entender al criminal? La respuesta es una negativa rotunda hablando psicoanalíticamente, ya que al establecer el segundo camino, es de vital importancia tomar en cuenta los aspectos antropológicos que se proponía lacan en averiguar, de hecho, yo añadiría que la cuestión antropológica debe estar acompañada de una visión profunda y añadida psicoanalítica-psicológica. Ahora bien, Lacan en la conferencia antes mencionada nos expresa: “ni el [crime] ni el [criminel] son objetos que se puedan concebir fuera de su referencia socio-lógica”. Es decir, que el psicoanálisis como una cuestión dialéctica y un estudio minucioso del individuo deberá apegarse a la historia del sujeto y a su contexto totalmente socio-cultural. Por tal motivo me veo en la necesidad de aclarar este punto tomando en cuenta lo siguiente: “a la vez, el psicoanálisis resuelve un dilema de la teoría criminológica: al irrealizar el crimen, no des-humaniza al criminal. Más aún, con el expediente de la transferencia da entrada al mundo imaginario del criminal, que puede ser para él la puerta abierta a lo real (Lacan, 1950)”. Con esto entramos a la parte medular del artículo ya que precisamente con el párrafo anterior lacaniano, formamos que lo que se involucra con lo policiaco es sin duda una des-humanización total para con el criminal, si bien, con ello no decimos que al criminal se le deberá aplaudir su fechoría y mucho menos premiarla, sí es importante conocer de ante mano que el criminal es un sujeto humanizado en todo el sentido de la palabra. De ahí que, el psicoanálisis prefiera una entrada al origen del síntoma para acceder con ello lo mejor posible a la cura; sea cual fuere su estructura de personalidad. Así, Lacan continúa diciendo: “no busquemos, pues, la realidad del crimen más que lo que buscamos la del criminal” y mucho menos establecer que los criminales obedecen a los instintos animales, ya que con ello, sólo buscarán una interpretación totalmente errónea. “Si muchos individuos buscan y encuentran en sus delitos, exhibiciones, robos, estafas, difamaciones anónimas y hasta en los crímenes de la pasión asesina, una estimulación sexual, ésta, sea lo que fuere en punto a los mecanismos que la causan —angustia, sadismo o asociación situacional—, no podría ser considerada como un efecto de desbordamiento de los instintos. Seguramente es visible la correlación de gran número de perversiones en los sujetos que llegan al examen criminológico, pero sólo se la puede evaluar psicoanalíticamente en función de la fijación objetal, del estancamiento del desarrollo, de la implicación en la estructura del yo de las representaciones neuróticas que constituyen el caso individual (Lacan, 1950)”. Por esa razón, cuando establezcamos una respuesta lógica-racional de la criminalidad, nos acercaremos en un porcentaje totalizado a la explicación sociocultural del individuo mismo. Con respecto a lo anterior, debemos aclarar que lo más importante entre la dialéctica discursiva del analista y el criminal deberá apuntar a una explicación simbólica y no dejar que sólo hable y actúe el ello (al. Es) del propio criminal. Dirían por ahí, que para muestra basta un botón: recordemos el famoso acto criminal de un par de afanadoras (sirvientas) francesas cuyo apellido era Papin; criadas modelo pero a la vez misteriosas, que gracias a una descompostura en la electricidad de la casa de los Lancelin provocada por las hermanas; se lleva a cabo un crimen devastador para su tiempo; que incluía la muerte de las famosas Sra. y Srita. Lancelin —esposa e hija respectivamente— de uno de los abogados más importantes por aquellos días. Asesinato que por cierto termina incluso en lograr quitarle los ojos a las órbitas para después rematarla con cuchillos filosos. Por supuesto, esto conlleva a un análisis profundo y no sólo determinar que Christine fuera candidata a la condena de muerte, eso se lo dejaremos a lo policiaco, sino que nuestro examen deberá apuntar a humanizar al criminal realizando soluciones que van más allá de lo jurídico y haciendo hincapié en demostrar que ellas (las hermanas Papin) también fueron victimas de un contexto sociocultural de su tiempo; ya que actualmente se sabe, que una de ellas fue violada por un padre alcohólico, que cuya madre tenia rasgos totalmente psicóticos y que incluso no se les proporcionó una estabilidad emocional adecuada, tan es así, que la hermana mayor de las hermanas Papin saliera muy temprano del ambiente familiar para refugiarse en un convento católico. Todo esto tendrá una inclusión en el mejoramiento de las relaciones sociales e históricas de los individuos. Para terminar, quisiera comentar que la criminología existe en tanto se da la existencia también de la penología, situación no totalizada para incurrir en los terrenos inconscientes del criminal, por lo tanto, es el psicoanálisis mismo como especialista en los procesos inconscientes; quien deberá dar el tratamiento a dicha persona por medio de una humanización en todo el sentido estricto del significante cuya dialéctica entre el analista y el analizante deberá ser en su mayoría una cuestión simbólica para poder así determinar la mejor cura, e incluso observar al criminal desde otro punto de vista más objetivo.
[Christine Papin, junio de 1933].
Cuando discutimos sobre algún tema en particular se requiere implicar necesariamente una definición que nos permita involucrarnos con el tema en cuestión, de ahí que, para el presente artículo me vea rotundamente a precisar el concepto de criminología. Esta se define (según un texto publicado por una psiquiatra en el año 2006 por la editorial trillas) como: “el estudio de la delincuencia, sus causas, explicaciones, motivos, circunstancias personales, ambientales, etc., y todo aquello que ha podido influir en el comportamiento criminal o que ha tenido relación con la conducta delictiva o sus repercusiones sociales. También forma parte de esta definición lo relacionado con el estudio de la prevención, legislación, procedimiento penal, sanciones y otros métodos de tratamiento (Mendoza, 2006)”. Ahora bien, Sigmund Freud como encargado de buscar respuestas a muchas problemáticas relacionadas con los sujetos neuróticos, tuvo el acierto de ilustrarnos en el año de 1916 en un artículo llamado ‘los que delinquen por conciencia de culpa’; que el sujeto criminal (fr. criminel) sufre de un penoso sentimiento de culpabilidad de origen desconocido; ya que una vez cometido el acto criminal, ese sentimiento albergado y que hasta cierto punto le produce una angustia muy severa, mitigue la presión que lo lleva realizar el acto en sí. Dicho de otra manera, el criminal comete su trastada gracias a un sentimiento de culpa cuya existencia se encuentra anterior al delito. Lo antes mensionado nos competirá exclusivamente para el hecho de un crimen (fr. crime) de acto homicida. Como se observa, Freud intenta dar una explicación más basta sobre lo referente a los procesos mentales de los criminales estableciendo así, el complejo edípico o mejor dicho de castración, donde el hijo quisiera matar al padre por que desea a la madre, pero como es sabido, estas teorizaciones tendrán su culminación en los escritos lacanianos. Por tal motivo, remontémonos al año de 1950, donde J. Lacan (para entonces ya famoso y aclamado psiquiatra-psicoanalista francés) estableciera en la XIII conferencia de psicoanalistas de la lengua francesa una introducción teórica sobre las funciones psicoanalíticas en criminología. En dicha conferencia, establece que la verdad del crimen (acto homicida) se puede observar desde dos vías distintas en relación a su estudio y comprensión. La primera entonces tendrá que clarificarse desde el aspecto policiaco (jurídico) y la segunda aportará un argumento antropológico del sujeto. Con respecto al primer camino, lo entenderemos gracias al estudio de una penología que establecerá muy en claro la parte jurídico-penal de cada uno de los códigos usados en las diferentes partes del país y del mundo. Como ejemplo de ello, vasta con involucrarnos con el CPF para saber todo lo relacionado con el homicidio [Cap. II del Código Penal Federal de México Arts. 302-309]. La interrogante ahora sería ¿es indispensable esta única vía para entender al criminal? La respuesta es una negativa rotunda hablando psicoanalíticamente, ya que al establecer el segundo camino, es de vital importancia tomar en cuenta los aspectos antropológicos que se proponía lacan en averiguar, de hecho, yo añadiría que la cuestión antropológica debe estar acompañada de una visión profunda y añadida psicoanalítica-psicológica. Ahora bien, Lacan en la conferencia antes mencionada nos expresa: “ni el [crime] ni el [criminel] son objetos que se puedan concebir fuera de su referencia socio-lógica”. Es decir, que el psicoanálisis como una cuestión dialéctica y un estudio minucioso del individuo deberá apegarse a la historia del sujeto y a su contexto totalmente socio-cultural. Por tal motivo me veo en la necesidad de aclarar este punto tomando en cuenta lo siguiente: “a la vez, el psicoanálisis resuelve un dilema de la teoría criminológica: al irrealizar el crimen, no des-humaniza al criminal. Más aún, con el expediente de la transferencia da entrada al mundo imaginario del criminal, que puede ser para él la puerta abierta a lo real (Lacan, 1950)”. Con esto entramos a la parte medular del artículo ya que precisamente con el párrafo anterior lacaniano, formamos que lo que se involucra con lo policiaco es sin duda una des-humanización total para con el criminal, si bien, con ello no decimos que al criminal se le deberá aplaudir su fechoría y mucho menos premiarla, sí es importante conocer de ante mano que el criminal es un sujeto humanizado en todo el sentido de la palabra. De ahí que, el psicoanálisis prefiera una entrada al origen del síntoma para acceder con ello lo mejor posible a la cura; sea cual fuere su estructura de personalidad. Así, Lacan continúa diciendo: “no busquemos, pues, la realidad del crimen más que lo que buscamos la del criminal” y mucho menos establecer que los criminales obedecen a los instintos animales, ya que con ello, sólo buscarán una interpretación totalmente errónea. “Si muchos individuos buscan y encuentran en sus delitos, exhibiciones, robos, estafas, difamaciones anónimas y hasta en los crímenes de la pasión asesina, una estimulación sexual, ésta, sea lo que fuere en punto a los mecanismos que la causan —angustia, sadismo o asociación situacional—, no podría ser considerada como un efecto de desbordamiento de los instintos. Seguramente es visible la correlación de gran número de perversiones en los sujetos que llegan al examen criminológico, pero sólo se la puede evaluar psicoanalíticamente en función de la fijación objetal, del estancamiento del desarrollo, de la implicación en la estructura del yo de las representaciones neuróticas que constituyen el caso individual (Lacan, 1950)”. Por esa razón, cuando establezcamos una respuesta lógica-racional de la criminalidad, nos acercaremos en un porcentaje totalizado a la explicación sociocultural del individuo mismo. Con respecto a lo anterior, debemos aclarar que lo más importante entre la dialéctica discursiva del analista y el criminal deberá apuntar a una explicación simbólica y no dejar que sólo hable y actúe el ello (al. Es) del propio criminal. Dirían por ahí, que para muestra basta un botón: recordemos el famoso acto criminal de un par de afanadoras (sirvientas) francesas cuyo apellido era Papin; criadas modelo pero a la vez misteriosas, que gracias a una descompostura en la electricidad de la casa de los Lancelin provocada por las hermanas; se lleva a cabo un crimen devastador para su tiempo; que incluía la muerte de las famosas Sra. y Srita. Lancelin —esposa e hija respectivamente— de uno de los abogados más importantes por aquellos días. Asesinato que por cierto termina incluso en lograr quitarle los ojos a las órbitas para después rematarla con cuchillos filosos. Por supuesto, esto conlleva a un análisis profundo y no sólo determinar que Christine fuera candidata a la condena de muerte, eso se lo dejaremos a lo policiaco, sino que nuestro examen deberá apuntar a humanizar al criminal realizando soluciones que van más allá de lo jurídico y haciendo hincapié en demostrar que ellas (las hermanas Papin) también fueron victimas de un contexto sociocultural de su tiempo; ya que actualmente se sabe, que una de ellas fue violada por un padre alcohólico, que cuya madre tenia rasgos totalmente psicóticos y que incluso no se les proporcionó una estabilidad emocional adecuada, tan es así, que la hermana mayor de las hermanas Papin saliera muy temprano del ambiente familiar para refugiarse en un convento católico. Todo esto tendrá una inclusión en el mejoramiento de las relaciones sociales e históricas de los individuos. Para terminar, quisiera comentar que la criminología existe en tanto se da la existencia también de la penología, situación no totalizada para incurrir en los terrenos inconscientes del criminal, por lo tanto, es el psicoanálisis mismo como especialista en los procesos inconscientes; quien deberá dar el tratamiento a dicha persona por medio de una humanización en todo el sentido estricto del significante cuya dialéctica entre el analista y el analizante deberá ser en su mayoría una cuestión simbólica para poder así determinar la mejor cura, e incluso observar al criminal desde otro punto de vista más objetivo.