La psicología infantil como inclusión en los procesos mentales nos deja ver
muy en claro la petición filosófica que recae en sí un ambiente fastuoso e
incluso inadvertido. Recordemos las palabras de Freud en sus escritos cuando
dice lo siguiente: “…los niños son los
filósofos…” frase que nos deja un excelente parámetro de adecuación a la
filosofía misma; y es que plantearse en la cuestión infantil un saber que no es
sabido —diría Jacques Lacan— sino por aquellos pequeñines que parten del axioma
la cuestión del análisis crítico y su famosa pregunta ¿por qué? es sin duda
replantearse cuestiones discursivas más allá de la punta del iceberg. Estar en
contacto con la psicología infantil no es sencillo. Cada día se presenta en la
clínica un caso distinto y con retos que de antemano deberán afrontarse con
todo el esfuerzo encaminado para abordar cualquier situación adversa. Sirva
esto como un anclaje en el camino del desarrollo humano pero desde el punto de
vista mental y no cronológico. No olvidemos que en cierta medida nuestra edad
no corresponde a nuestros procesos mentales; de ahí que afrontar un desarrollo
psicológico sea más complejo que la misma edad física. Sea más complejo que el
conocimiento que se tenga de los teóricos y que si bien nos proporcionan
herramientas muy importantes; no nos dan la panacea de aquello que llamamos la
infancia. Para muestra basta un botón; basta leer con atención el caso Juanito
para darnos cuenta de que la infancia en sí encierra algo más allá de lo
conocido. Con esto quiero citar a Freud a propósito del historial de Juanito: “el pequeño demuestra aquí una claridad
realmente superior”. Cita que hace referencia cuando Hans afirma que no
tendrá más miedo. Esto se liga cuando en el Apéndice al análisis del pequeño
Hans se advierte lo siguiente: “ninguno
de esos temores se cumplió. El pequeño Juanito lucía brillante juventud de 19
años. Aseveró hallarse totalmente bien y no padecer de males ni inhibiciones.
No sólo había pasado sin daño la pubertad, sino que había superado una de las
más difíciles pruebas para su vida afectiva. Sus padres se había divorciado, y
cada uno de ellos concertó un nuevo matrimonio”. A veces creemos como
analistas o psicólogos que alcanzaremos a comprender su infinita sabiduría pero
creo que cada día más lo demuestran las estadísticas que esto no es así. De
cualquier forma nos preguntamos ¿podemos ayudar a los pacientes infantes en
algo? La respuesta es sencilla. Desde mi punto de vista creo que no estamos
aquí para ser los altruistas de nuestros pacientes sino que somos y digo una
vez más desde el contexto del ser; somos capaces de acompañar a esos infantes
en algo. Tenemos que tener la capacidad para involucrarnos en su saber; ya que
de alguna forma observamos sus conductas. Necesitamos involucrarnos en su
lenguaje y en su simbolismo. Y con esto cito a Lacan: “observen que no sólo podemos captar el paso de lo imaginario a lo
simbólico en este punto, hay muchos otros, de toda clase. Vemos cómo se va
estableciendo poco a poco un paralelo entre la observación del hombre de los
lobos y la de Juanito, y podemos comparar las vías por las cuales, en uno y
otro caso, se aborda la imagen fóbica. Todavía no hemos delimitado su significación,
pero para hacerlo, primero es preciso recurrir a la experiencia de su abordaje
por parte del niño. En el hombre de los lobos, es claramente una imagen, sin
duda, pero una imagen que se encuentra en un libro de imágenes, y el objeto
fóbico es ese lobo surgido del libro. Esto tampoco falta en Juan. En su libro
de imágenes, en la misma página donde se encuentra la imagen que él mismo nos
muestra, la de la caja roja donde la cigüeña trae a los niños, es decir el nido
de cigüeñas en lo alto de la chimenea, figura como por casualidad un caballo al
que le están poniendo herraduras. ¿Qué encontramos a lo largo de toda esta observación?
Encontraremos, pues buscamos, estructuras que intervienen en una especie de
movimiento rotatorio de esos instrumentos lógicos…la solución. ¿La solución de
qué?” yo diría la solución de la búsqueda de un simbolismo que nos
proporcione alcanzar el saber no sabido del infante para que su destino de vida
sea acorde con su misma filosofía. Por tanto aquello que determinamos infancia
deberá determinarse en un sinónimo llamado simbolismo infantil que coadyuve los
esquemas universales de la infancia en sí; para alcanzar con ello una
determinación invaluable de lo que el nudo borromeo nos presenta con anclaje
entre lo real, lo simbólico y lo imaginario. Nuestro acaecer cerebral está ávido
de involucrarse en ese rol triádico que le permita transitar al sujeto de
manera distinta y porqué no hasta feliz. Sirva esta pequeña reflexión alcanzar
en los analistas infantiles un mejor conocimiento de sí mismos y del simbolismo
de sus pacientes.
Referencias:
Freud, Sigmund (1909). Análisis de la fobia de un niño de cinco años (el
pequeño Hans). Amorrortu Editores.
Imagen de: fort-da.org.