Es jueves 2 de febrero de 1933 en la ciudad de Le Mans, departamento del Sarthe. Son alrededor de las ocho de la noche, la policía municipal se presenta en casa de René Lancelin,quien no logra entrar en su domicilio, fuerza la puerta del ex procurador judicial y descubre en el primer piso a la señora Lancelin y a su hija asesinadas, con los cuerpos horrorosamente mutilados y los ojos arrancados de sus órbitas. En el segundo piso, refugiadas en el fondo de su lecho y pegadas una a la otra, las dos sirvientas modelo, Christine y Léa Papin, confiesan sin dificultad haber cometido el doble asesinato de sus patronas, patronas irreprochables, según las palabras de las propias sirvientas. Únicamente, un incidente menor relacionado con una plancha descompuesta y un fusible que saltó parece haber desencadenado la “sanguinaria matanza”. Esta crónica policial, aparecida en la primera plana del periódico local, La Sarthe, abría el misterio del caso “Lancelin-Papin”, misterio que daría lugar, durante medio siglo, a las más diversas interpretaciones y a polémicas entre expertos, pero también a creaciones literarias, cinematográficas y, finalmente, a la instalación de toda una iconografía, lo cual permitió que cada uno le atribuyera al crimen el color más conveniente para sostener su doctrina o su fantasía. Retornemos al 2 de febrero de 1933. Toda Francia se apasionará por la historia de las hermanas asesinas y se dividirá en dos. Unos, los más numerosos, reclaman una venganza ejemplar. Una canción popular, compuesta durante el proceso, exige al tribunal criminal el cadalso para las “homicidas”. El otro bando, el de la intelligentsia marxista y surrealista, se apropia de la noticia policial. Jean Genet se inspira en ella para escribir su obra de teatro Las criadas. Jean-Paul Sartre y Simone de Beauvoir transforman a las dos hermanas en “víctimas” de la lucha de clases. Simone de Beauvoir escribe: “Sólo la violencia del crimen cometido nos da una medida de la atrocidad del crimen invisible, en el que, como se comprenderá, los verdaderos asesinos ‘señalados’ son los amos”. Eluard y Benjamin Péret, desde mayo de 1933 las evocan como “ovejas descarriadas” salidas directamente de un “canto de Maldoror”. Entre los surrealistas se instaura toda una imaginería en el corazón de la cual el crimen de las dos hermanas, al constituir un cuadro para el espectador, aparece como el medio supremo de expresión. Medio supremo de expresión también el vínculo existente entre ese crimen “insensato, inusitado, inexplicable” y la vida cotidiana “inmensamente banal” de las dos sirvientas modelo en una familia burguesa de Le Mans en 1933. Sólo algunos cronistas de talento, tales como Jérôme y Jean Tharaud que cubrían el acontecimiento para la prensa parisiense, mantienen cierta compostura, desconcertados por el trágico misterio, por la opacidad del enigma que envuelve a las dos hermanas. Pero, entonces, ¿qué son? ¿Criminales, víctimas, heroínas, psicópatas? Es cierto que, como veremos luego, el acto criminal de las dos hermanas contenía ciertas sombras propicias a las proyecciones de cada espectador. En medio de esta cacofonía de voces y de interpretaciones y en este clima de contagio emocional, se elevó precisamente una voz que habría de dar sentido a las variadas visiones parcelarias al calificar el crimen de paranoico. Es la voz de un joven psiquiatra que acaba de publicar su tesis de doctorado que lleva el titulo que ya conocemos, “De la psicosis paranoica en sus relaciones con la personalidad”, tesis en la que el caso central se nutre del encuentro de Lacan —pues de él se trata— con la famosa Aimée en la enfermería de Sainte-Anne. En el curso de su tesis, también Lacan se apropia de la noticia policial que convulsiona a Francia. En diciembre de 1933, es decir dos meses después del proceso, Lacan publica, en la revista surrealista Le Minotaure, el artículo que abordaremos aquí titulado: “Motifs du crime paranoique: le crime des soeurs Papin”. Ciertamente, Lacan nunca conoció a las hermanas Papin; para su estudio se basó en la lectura del acto criminal, lectura que lo llevó, por lo demás, a modificar ciertas conclusiones de su tesis, cuando la tinta aún no se había secado por completo.De modo que Lacan hace su entrada en el mundo psicoanalítico gracias a las enseñanzas de su paciente Aimée y de “sus hermanas en la psicosis”, Léa y Christine, del mismo modo que,en su época, lo hizo Freud de la mano de sus bellas histéricas...
Si deseas el artículo completo; te doy el enlace para que lo puedas bajar en formato PDF: http://www.xtec.es/~jcampman/papin.c.pdf
Imagen de: fotolog.com.
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